jueves, agosto 03, 2006

EL REY SE PUSO DE PIE


Fue un impulso superior, desconocido, irrefrenable. Jorge II, monarca de Gran Bretaña e Irlanda al escuchar los primeros acordes sólo atinó a erguirse; y con él, en un movimiento único todos los presentes hicieron lo mismo.
Desde entonces es tradición en Inglaterra escuchar el Aleluya de Haendel, de pie, una pulgada mas cerca de Dios. Y luego se fueron y contaron de puerta en puerta, que había sido creada una obra musical como no existía otra en la Tierra. Y una sola palabra, hecha torrente musical desde 1741, eleva la condición humana a la gloria de su real naturaleza: Alegría.
Pero muy pocas personas conocen en qué situación de vida se encontraba Jorge Federico Haendel cuando fue visitado por la gracia de una inspiración superior. Enfermo; desahuciado por los médicos; censurado por la estética musical inglesa; con riesgo de ir a la Torre de Londres, en prisión por deudor moroso; no quería vivir, sin fuerzas; mal alimentado, destruido por la depresión, asistido por su empobrecido criado; sin horizontes, ni alegría alguna. “Basta conmigo… Sin fuerza… no quiero vivir sin fuerza”, repetía. Estaba acabado. Tenía 56 años.
En la cerrada noche de su desesperación Haendel increpó a Dios: por indolente, por distraído, por cruel. Como única respuesta un rayo imprevisto irguió su derrumbada contextura, mientras en su abandonada mesa de trabajo leyó “¡Confórmate! y di con fuerza tu palabra”.
Haendel inclinó su cabeza sobre las viejas hojas de música, ahora sacudida por una tempestad. Había desaparecido el cansancio; era todo un goce creador. Durante 14 días con sus 14 noches, no comió, ni durmió, como si hubiese enloquecido. No dejaba de trabajar y de cantar. Quería levantar su testimonio de gratitud y júbilo.
Sólo quien ha llegado a la raíz misma del dolor, puede saltar a la alegría con ese vigor. Su criado no podía controlarlo.
Jorge Federico Haendel había resucitado con La Vida del Mesías, donde su Aleluya, Aleluya, Aleluya, borró con luz expansiva toda la oscuridad de su vida.

“No quiero recibir ningún dinero por esta obra. No es mía. Todo lo que produzca que sea para los enfermos y los presos. Porque he sido un enfermo y con ella me sané. Y he sido un preso, y por ella me liberé.”

De este renacimiento de testimonio un gran escritor, Stefan Zweig.
Zweig y su esposa, se suicidaron en 1942. No pudieron soportar el horror de la guerra mundial, y su propia depresión: “demasiado cansados para soportar todo esto”.
En cambio, un músico destruido, solo, sin ninguna violencia, fue capaz con su genio, de poner de pie al rey de Inglaterra.
Tal vez puedas completar este cuento para regalar, con tres movimientos: escuchar el Aleluya, leer “Nuevos momentos estelares de la humanidad”, de Stefan; y meditar sobre el poder creador que duerme en cada uno de nosotros.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por qué no citan a Enrique Mariscal, el autor de esta narración?

Manuel Aguilar dijo...

Esa misma es mi pregunta: ¿Por qué no le dan el crédito al autor de ese texto? Es simplemente responsabilidad, honestidad.