El Ciudadano Moderno
La modernidad sustituye a Dios por la ciencia. La razón y el Estado aparecían como la solución a todos los problemas económicos, sociales y políticos. La razón establecería un contrato para organizar un estado/centro que, a través del conocimiento científico, podría acumular el poder necesario para impulsar la producción de bienes materiales y espirituales, distribuir igualitariamente la riqueza producida, instituir la Ley, asegurar la libertad de los individuos y brindar la felicidad a todos.
Adam Smith escribió hace dos siglos y medio en La Riqueza de las Naciones que ninguna sociedad puede ser floreciente y feliz cuando la mayoría de sus miembros son pobres y miserables.
Estas ideas estuvieron presentes en los últimos siglos en la resolución del conflicto entre la racionalización y la subjetivación existente en el mundo dualista cristiano y cartesiano, conflicto característico de la modernidad prerrevoluciones.
En 1789, todavía en su dualidad, los derechos del hombre y del ciudadano no se unificaron en la noción de ciudadanía.
La Razón se encarna en la sociedad moderna y la conducta normal es la que contribuye al buen funcionamiento de la sociedad. El hombre es ante todo un ciudadano.
Su preocupación y su acción tomarían como eje la utilidad social. Debía producir, mejorar su eficiencia a través de la tecnología, la ciencia y la administración, posibilitar la centralización y la concentración en el Estado y la Ley en aras del bien común, el interés nacional, el mercado, compatibles con la libertad y el interés personal.
El ciudadano debe comprometerse con la total racionalización de la vida social. Es decir, la destrucción de los lazos sociales, de los sentimientos, de las costumbres que estrechan su vida. La educación es fundamental en este proceso, en tanto imprime los valores universales de la verdad, del bien y del mal.
Asimismo la ciencia, la tecnología y las políticas sociales destruyeron creencias y formas de organización que no se basen en postulados científicos.
Surge así la noción de sociedad como un agregado de elementos autónomos, a diferencia de la comunidad en la que los hombres se integraban a través de lazos orgánicos. El hombre se libera de connotaciones metafísicas, naturales o divinas. Lo único natural es el hombre, dotado de derechos innatos.
La sociedad reemplaza a Dios y se transforma en base de juzgamiento moral de los deberes de los ciudadanos que aceptan someterse por libre decisión.
La Sociedad y el Estado son creaciones voluntarias de los hombres, producto de la Razón. El poder de la política sustituye al poder de la religión.
Ni la sociedad, ni la historia, ni la vida individual, sostienen los modernos, están sometidas a la voluntad de un ser supremo al que habría que obedecer o en el que se podría influir mediante la magia. El individuo sólo está sometido a leyes naturales. Jean Jacques Rousseau adhiere a esta filosofía de la Ilustración, toda su obra está dominada por la búsqueda de la transparencia y la lucha contra los obstáculos que oscurecen el conocimiento y la comunicación.
El pensamiento clásico (Hobbes, Locke, Rousseau), movimiento de la Ilustración, se basa en la figura del Contrato Social como instancia superadora del estado de naturaleza y como condición para la fundación de la sociedad.
Las figuras retóricas del "contrato" y de la "mano invisible" encubren las luchas sociales de la época. En nombre de la razón y de la creación de una nueva sociedad se impondrán coacciones mayores que las de las monarquías absolutas, justificadas con el planteo de que la sumisión al orden natural de las cosas otorga felicidad.
Desde este discurso moderno y racional el ser humano es natural y está supeditado a las leyes naturales, ésta es la esencia del ciudadano.
El hombre en tanto ciudadano, solo tiene que reflexionar sobre lo que es útil o nocivo para el desarrollo y supervivencia del organismo social. No importan sus orígenes, sus subjetividad, su cultura ni su modo local.
La concepción clásica de la Modernidad es pues, ante todo, la construcción de una imagen racionalista del mundo que integra al hombre en la naturaleza, al microcosmos en el macrocosmos, y que rechaza todas las formas de dualismo del cuerpo y del alma, del mundo humano y de la trascendencia.
Adam Smith escribió hace dos siglos y medio en La Riqueza de las Naciones que ninguna sociedad puede ser floreciente y feliz cuando la mayoría de sus miembros son pobres y miserables.
Estas ideas estuvieron presentes en los últimos siglos en la resolución del conflicto entre la racionalización y la subjetivación existente en el mundo dualista cristiano y cartesiano, conflicto característico de la modernidad prerrevoluciones.
En 1789, todavía en su dualidad, los derechos del hombre y del ciudadano no se unificaron en la noción de ciudadanía.
La Razón se encarna en la sociedad moderna y la conducta normal es la que contribuye al buen funcionamiento de la sociedad. El hombre es ante todo un ciudadano.
Su preocupación y su acción tomarían como eje la utilidad social. Debía producir, mejorar su eficiencia a través de la tecnología, la ciencia y la administración, posibilitar la centralización y la concentración en el Estado y la Ley en aras del bien común, el interés nacional, el mercado, compatibles con la libertad y el interés personal.
El ciudadano debe comprometerse con la total racionalización de la vida social. Es decir, la destrucción de los lazos sociales, de los sentimientos, de las costumbres que estrechan su vida. La educación es fundamental en este proceso, en tanto imprime los valores universales de la verdad, del bien y del mal.
Asimismo la ciencia, la tecnología y las políticas sociales destruyeron creencias y formas de organización que no se basen en postulados científicos.
Surge así la noción de sociedad como un agregado de elementos autónomos, a diferencia de la comunidad en la que los hombres se integraban a través de lazos orgánicos. El hombre se libera de connotaciones metafísicas, naturales o divinas. Lo único natural es el hombre, dotado de derechos innatos.
La sociedad reemplaza a Dios y se transforma en base de juzgamiento moral de los deberes de los ciudadanos que aceptan someterse por libre decisión.
La Sociedad y el Estado son creaciones voluntarias de los hombres, producto de la Razón. El poder de la política sustituye al poder de la religión.
Ni la sociedad, ni la historia, ni la vida individual, sostienen los modernos, están sometidas a la voluntad de un ser supremo al que habría que obedecer o en el que se podría influir mediante la magia. El individuo sólo está sometido a leyes naturales. Jean Jacques Rousseau adhiere a esta filosofía de la Ilustración, toda su obra está dominada por la búsqueda de la transparencia y la lucha contra los obstáculos que oscurecen el conocimiento y la comunicación.
El pensamiento clásico (Hobbes, Locke, Rousseau), movimiento de la Ilustración, se basa en la figura del Contrato Social como instancia superadora del estado de naturaleza y como condición para la fundación de la sociedad.
Las figuras retóricas del "contrato" y de la "mano invisible" encubren las luchas sociales de la época. En nombre de la razón y de la creación de una nueva sociedad se impondrán coacciones mayores que las de las monarquías absolutas, justificadas con el planteo de que la sumisión al orden natural de las cosas otorga felicidad.
Desde este discurso moderno y racional el ser humano es natural y está supeditado a las leyes naturales, ésta es la esencia del ciudadano.
El hombre en tanto ciudadano, solo tiene que reflexionar sobre lo que es útil o nocivo para el desarrollo y supervivencia del organismo social. No importan sus orígenes, sus subjetividad, su cultura ni su modo local.
La concepción clásica de la Modernidad es pues, ante todo, la construcción de una imagen racionalista del mundo que integra al hombre en la naturaleza, al microcosmos en el macrocosmos, y que rechaza todas las formas de dualismo del cuerpo y del alma, del mundo humano y de la trascendencia.
En sus estudios sobre la Modernidad, Weber introduce algunos conceptos claves: desencanto, secularización, ética de responsabilidad, racionalización, autoridad racional legal. Pero, el mismo Weber reconoce cierta conflictividad en una resistencia antimodernista.
La modernización económica del siglo XIX posibilita que los principios del pensamiento nacional se transformen en voluntad colectiva. Surge así la idea de progreso que afirma la identidad entre políticas de desarrollo y triunfo de la razón. Y, ahora sí, desde la idea de progreso avalada por el historicismo del siglo XIX, el individuo se somete totalmente a la sociedad, y la sociedad a la modernización y al poder del estado. El progreso convoca incluso a las fuerzas revolucionarias y moviliza colectivamente.
La Nación o el poder absoluto en nombre del pueblo termina destruyendo la propia modernidad y sus principios de derechos, moralidad y potencialidad productiva, mientras esclaviza y reprime a quien no es ciudadano y, por lo tanto, se opone a la razón histórica.
El ciudadano de la Filosofía de las Luces es la esencia de la racionalización y, al mismo tiempo, la negación de la subjetivación. La sociedad absorbe al sujeto, la ciencia al saber, la moral a la ética y el sistema al mundo de la vida.
No intentamos relativizar los aportes de la racionalización. Ella introdujo el espíritu crítico en los espacios gobernados por las autoridades tradicionales, amplió nuestra capacidad explicativa al romper con las ataduras tradicionales. Pero, al mismo tiempo, destruyó todo lo que no oliera a modernidad, todo lo diferente.
La modernización económica del siglo XIX posibilita que los principios del pensamiento nacional se transformen en voluntad colectiva. Surge así la idea de progreso que afirma la identidad entre políticas de desarrollo y triunfo de la razón. Y, ahora sí, desde la idea de progreso avalada por el historicismo del siglo XIX, el individuo se somete totalmente a la sociedad, y la sociedad a la modernización y al poder del estado. El progreso convoca incluso a las fuerzas revolucionarias y moviliza colectivamente.
La Nación o el poder absoluto en nombre del pueblo termina destruyendo la propia modernidad y sus principios de derechos, moralidad y potencialidad productiva, mientras esclaviza y reprime a quien no es ciudadano y, por lo tanto, se opone a la razón histórica.
El ciudadano de la Filosofía de las Luces es la esencia de la racionalización y, al mismo tiempo, la negación de la subjetivación. La sociedad absorbe al sujeto, la ciencia al saber, la moral a la ética y el sistema al mundo de la vida.
No intentamos relativizar los aportes de la racionalización. Ella introdujo el espíritu crítico en los espacios gobernados por las autoridades tradicionales, amplió nuestra capacidad explicativa al romper con las ataduras tradicionales. Pero, al mismo tiempo, destruyó todo lo que no oliera a modernidad, todo lo diferente.
El ciudadano en la Modernidad fragmentada
Vivimos el debilitamiento o paulatino retiro de la responsabilidad del Estado, en todo aquello en lo que históricamente tuvo incumbencia, con propuestas de mercantilización y privatización.
El legado del Iluminismo que nos prometía fundar un mundo de abundancia, libertad y felicidad, con el solo ejercicio de la razón, la ciencia y la administración científica de las cosas y de los hombres a través del Estado, ha sido constantemente desmentido por la historia.
El siglo XX amaneció con los fulgores de una modernidad descollante y ahora anochece con una propuesta antimoderna. Se despertó con una idea sobre la infinita potencialidad de producción, dominio de la naturaleza, viaje hacia el encuentro de la razón absoluta, total libertad y auténtica felicidad-igualdad. Ahora anochece con la realidad de una producción que domina, esclaviza y apoya la forja de Estados panópticos o mercados inhumanos, causa infelicidad y profunda descomposición social e inequidad.
Para muchos estudiosos de las ciencias sociales la modernidad ha estallado en mil pedazos, en los que podemos encontrar muy poco de lo que nos ofreció. Ha perdido su fuerza liberadora y creadora.
El camino incuestionable hacia la objetividad hizo tabla rasa de todas las tradiciones, vínculos y creencias. En consecuencia provocó la colonización de la experiencia vital por la previsión y el cálculo ensombreció al sujeto individual, a la comunidad, a la cultura.
Proponemos la subjetividad sin olvidar la ciencia y la técnica, es tener presente que somos los hombres quienes establecemos los fines/metas, la ciencia es solo un medio.
La expansión capitalista, la consolidación de Estados-Nación, el incremento del poder militar son elementos constitutivos de la modernidad. Nos dejan una sociedad de consumo dominada por el mercado y el marketing, concentrada en el interés y el tecnologismo. Un mundo manejado por las empresas y el capital financiero transnacional que posibilita la expansión de la producción, pero al mismo tiempo profundiza las desigualdades sociales y trae como consecuencia la fragmentación excluyente.
En esta descomposición de la modernidad, la racionalidad instrumental ya no obedece a la Diosa Razón, sino al interés de unos pocos que concentran el poder económico y político.
Los proyectos neoliberales vaciaron de contenido al Estado-centro. El Estado prescindente también se somete a los objetivos de los poderosos.
El signo actual de la modernidad es su mensaje antimoderno.
La noción de ciudadano ya no responde a su definición clásica, la modernidad fragmentada no puede volver a lo que fue.
Definimos a la modernidad por la eficacia de la racionalidad instrumental, y el dominio del mundo por la ciencia y la tecnología, pero este camino dejó de lado el mundo de la subjetividad, lo sustituyó un sujeto representado por las leyes racionales e inteligibles del pensamiento humano.
En esta fragmentación reaparece con fuerza la subjetividad. Se intenta dar un sentido personal a la vida; ejemplo de ello son las luchas interétnicas. El individuo se transforma en actor, que, inserto en las relaciones sociales, las transforma, sin necesidad de identificación con leyes que sostienen la sociedad, ni con los grupos de poder que las mantienen. Se escuchan las voces del actor y del sujeto, con su derecho a la crítica de las relaciones de dominación y de la macabra división del trabajo actual.
La crisis y la desestructuración social, consecuencia del desempleo masivo, de la pérdida de identidad, de la fragmentación excluyente, del no-futuro, aniquila al sujeto de la Filosofía de las Luces, el sujeto que hablaba con la voz de la razón.
El sujeto de hoy habla con múltiples lenguajes, habla desde su historicidad cultural, como actor social.
Hay que evitar el triunfo definitivo del pensamiento instrumental que, ya sabemos, conduce a la opresión. Pero no caigamos en la deificación del subjetivismo que lleva a la falsa conciencia. La dictadura del subjetivismo entraña un nuevo peligro de destrucción. El ejemplo más claro son los fundamentalismos.
El ciudadano de hoy no debe renegar de los elementos positivos que intervinieron en su génesis y desarrollo, debe incorporar una nueva responsabilidad, luchar por la construcción del sujeto en tanto yo, en tanto reconocimiento del otro y en el fortalecimiento de la sociedad civil. El sujeto se constituye en cuanto reconocimiento del otro como sujeto inmerso en su cultura y a través de la oposición a toda forma de dominación.
La vieja noción de ciudadano ha muerto. Hablamos de una nueva categoría de ciudadano; la de sujeto social.
Hoy muchos cientistas sociales sostienen que el mundo humano es un mundo dual, de racionalidad y subjetividad.
La modernidad es diálogo de la Razón y del sujeto. Sin la Razón, el sujeto se encierra en la obsesión de su identidad; sin el sujeto, la Razón se convierte en el instrumento del poder.
La razón ya no es aceptada como la "verdad", sino como una de las verdades existentes; otras verdades son constituidas por los propios sujetos y actores.
No se trata de construir únicamente la verdad, sino de rescatar "valores verdaderos", como propone Agnes Heller, -libertad, igualdad, humanidad, felicidad y vida humana- que construiría guías que iluminen el futuro.
La razón que se transforma en moral propuesta por la modernidad, da paso a la Ética como eje de reflexión.
La felicidad y la libertad, en tanto principios morales del nuevo ciudadano no pueden quedar al margen de la propia realización del ser humano.
La moral actual implica repensar los derechos del hombre y el sentido de dignidad en la vida pública, en un mundo que padece indiferencia, marginalidad, pérdida de solidaridad, fragilización de los lazos de pertenencia, crisis de identidad.
La exclusión y la indigencia son la negación de derechos fundamentales. Según dice Elizabeth Jelin, no puede haber democracia con niveles extremos de pobreza y exclusión, a menos que se defina como no humano a un sector de la población.
La construcción del nuevo ciudadano no se da cerrando los ojos a esta realidad, sino partiendo de esta conflictividad.
Este proceso reclama la vuelta del sujeto que fue expulsado por la filosofía positiva y por el historicismo, y que no pudo ser barrido por el postmodernismo, pero, al mismo tiempo, requiere de la razón para su constitución.
El pensamiento neoconservador hegemónico influyó en gran parte de los intelectuales, que abandonaron el análisis de clase y de relaciones de dependencia nacionales e internacionales. La vuelta al sujeto no implica renegar de éstas nociones básicas estructurales.
El retorno al sujeto significa también el retorno a la vida, a la salud, a la vivienda digna, al trabajo creativo. Volver al yo, al nosotros, a la cultura y al ambiente.
En momentos de eclipse de la verdad absoluta, las verdades se construyen entre todos y como un proceso humano, político, cultural, científico y ético. Desde esta perspectiva, los movimientos sociales, las prácticas autogestionarias, los proyectos autodependientes aportan en este camino. Pero la sociedad civil no puede sustituir al Estado. Un Estado que pueda representar a la nueva sociedad, heterogénea y fragmentada.
Entonces hablamos de una doble racionalidad, una racionalidad que se sustenta en las prácticas y poderes particulares de los distintos actores y sujetos sociales, y una racionalida instrumental representada por el Estado.
El legado del Iluminismo que nos prometía fundar un mundo de abundancia, libertad y felicidad, con el solo ejercicio de la razón, la ciencia y la administración científica de las cosas y de los hombres a través del Estado, ha sido constantemente desmentido por la historia.
El siglo XX amaneció con los fulgores de una modernidad descollante y ahora anochece con una propuesta antimoderna. Se despertó con una idea sobre la infinita potencialidad de producción, dominio de la naturaleza, viaje hacia el encuentro de la razón absoluta, total libertad y auténtica felicidad-igualdad. Ahora anochece con la realidad de una producción que domina, esclaviza y apoya la forja de Estados panópticos o mercados inhumanos, causa infelicidad y profunda descomposición social e inequidad.
Para muchos estudiosos de las ciencias sociales la modernidad ha estallado en mil pedazos, en los que podemos encontrar muy poco de lo que nos ofreció. Ha perdido su fuerza liberadora y creadora.
El camino incuestionable hacia la objetividad hizo tabla rasa de todas las tradiciones, vínculos y creencias. En consecuencia provocó la colonización de la experiencia vital por la previsión y el cálculo ensombreció al sujeto individual, a la comunidad, a la cultura.
Proponemos la subjetividad sin olvidar la ciencia y la técnica, es tener presente que somos los hombres quienes establecemos los fines/metas, la ciencia es solo un medio.
La expansión capitalista, la consolidación de Estados-Nación, el incremento del poder militar son elementos constitutivos de la modernidad. Nos dejan una sociedad de consumo dominada por el mercado y el marketing, concentrada en el interés y el tecnologismo. Un mundo manejado por las empresas y el capital financiero transnacional que posibilita la expansión de la producción, pero al mismo tiempo profundiza las desigualdades sociales y trae como consecuencia la fragmentación excluyente.
En esta descomposición de la modernidad, la racionalidad instrumental ya no obedece a la Diosa Razón, sino al interés de unos pocos que concentran el poder económico y político.
Los proyectos neoliberales vaciaron de contenido al Estado-centro. El Estado prescindente también se somete a los objetivos de los poderosos.
El signo actual de la modernidad es su mensaje antimoderno.
La noción de ciudadano ya no responde a su definición clásica, la modernidad fragmentada no puede volver a lo que fue.
Definimos a la modernidad por la eficacia de la racionalidad instrumental, y el dominio del mundo por la ciencia y la tecnología, pero este camino dejó de lado el mundo de la subjetividad, lo sustituyó un sujeto representado por las leyes racionales e inteligibles del pensamiento humano.
En esta fragmentación reaparece con fuerza la subjetividad. Se intenta dar un sentido personal a la vida; ejemplo de ello son las luchas interétnicas. El individuo se transforma en actor, que, inserto en las relaciones sociales, las transforma, sin necesidad de identificación con leyes que sostienen la sociedad, ni con los grupos de poder que las mantienen. Se escuchan las voces del actor y del sujeto, con su derecho a la crítica de las relaciones de dominación y de la macabra división del trabajo actual.
La crisis y la desestructuración social, consecuencia del desempleo masivo, de la pérdida de identidad, de la fragmentación excluyente, del no-futuro, aniquila al sujeto de la Filosofía de las Luces, el sujeto que hablaba con la voz de la razón.
El sujeto de hoy habla con múltiples lenguajes, habla desde su historicidad cultural, como actor social.
Hay que evitar el triunfo definitivo del pensamiento instrumental que, ya sabemos, conduce a la opresión. Pero no caigamos en la deificación del subjetivismo que lleva a la falsa conciencia. La dictadura del subjetivismo entraña un nuevo peligro de destrucción. El ejemplo más claro son los fundamentalismos.
El ciudadano de hoy no debe renegar de los elementos positivos que intervinieron en su génesis y desarrollo, debe incorporar una nueva responsabilidad, luchar por la construcción del sujeto en tanto yo, en tanto reconocimiento del otro y en el fortalecimiento de la sociedad civil. El sujeto se constituye en cuanto reconocimiento del otro como sujeto inmerso en su cultura y a través de la oposición a toda forma de dominación.
La vieja noción de ciudadano ha muerto. Hablamos de una nueva categoría de ciudadano; la de sujeto social.
Hoy muchos cientistas sociales sostienen que el mundo humano es un mundo dual, de racionalidad y subjetividad.
La modernidad es diálogo de la Razón y del sujeto. Sin la Razón, el sujeto se encierra en la obsesión de su identidad; sin el sujeto, la Razón se convierte en el instrumento del poder.
La razón ya no es aceptada como la "verdad", sino como una de las verdades existentes; otras verdades son constituidas por los propios sujetos y actores.
No se trata de construir únicamente la verdad, sino de rescatar "valores verdaderos", como propone Agnes Heller, -libertad, igualdad, humanidad, felicidad y vida humana- que construiría guías que iluminen el futuro.
La razón que se transforma en moral propuesta por la modernidad, da paso a la Ética como eje de reflexión.
La felicidad y la libertad, en tanto principios morales del nuevo ciudadano no pueden quedar al margen de la propia realización del ser humano.
La moral actual implica repensar los derechos del hombre y el sentido de dignidad en la vida pública, en un mundo que padece indiferencia, marginalidad, pérdida de solidaridad, fragilización de los lazos de pertenencia, crisis de identidad.
La exclusión y la indigencia son la negación de derechos fundamentales. Según dice Elizabeth Jelin, no puede haber democracia con niveles extremos de pobreza y exclusión, a menos que se defina como no humano a un sector de la población.
La construcción del nuevo ciudadano no se da cerrando los ojos a esta realidad, sino partiendo de esta conflictividad.
Este proceso reclama la vuelta del sujeto que fue expulsado por la filosofía positiva y por el historicismo, y que no pudo ser barrido por el postmodernismo, pero, al mismo tiempo, requiere de la razón para su constitución.
El pensamiento neoconservador hegemónico influyó en gran parte de los intelectuales, que abandonaron el análisis de clase y de relaciones de dependencia nacionales e internacionales. La vuelta al sujeto no implica renegar de éstas nociones básicas estructurales.
El retorno al sujeto significa también el retorno a la vida, a la salud, a la vivienda digna, al trabajo creativo. Volver al yo, al nosotros, a la cultura y al ambiente.
En momentos de eclipse de la verdad absoluta, las verdades se construyen entre todos y como un proceso humano, político, cultural, científico y ético. Desde esta perspectiva, los movimientos sociales, las prácticas autogestionarias, los proyectos autodependientes aportan en este camino. Pero la sociedad civil no puede sustituir al Estado. Un Estado que pueda representar a la nueva sociedad, heterogénea y fragmentada.
Entonces hablamos de una doble racionalidad, una racionalidad que se sustenta en las prácticas y poderes particulares de los distintos actores y sujetos sociales, y una racionalida instrumental representada por el Estado.
Hacia un nuevo sujeto social
El proceso de desintegración del tejido social pone en cuestión convicciones inquebrantables, roles sociales e identidades. Los individuos ya no pueden ser explicados a partir de su lugar en la sociedad, tampoco por lo que la sociedad espera de ellos. Existe una contradicción entre su experiencia de la realidad y las normas sociales por las cuales se puede ser reconocido y apreciado. Los individuos no pueden corresponder más a lo que "normalmente" se espera de ellos, y aquello por lo cual la sociedad está dispuesta a reconocerlos, fundamentalmente, su trabajo y su profesión. El desempleo masivo los priva de estos derechos. Desde ese lugar, el individuo, cada vez menos, se encuentra dominado de manera directa por la racionalidad instrumental.
Las urgencias, las necesidades de supervivencia crean nuevas formas de ayuda mutua, de intercambio no monetario, de cooperación.
¿Cómo instrumentar estas prácticas sin quedar atrapados en la lógica de los aparatos del poder?
Para perpetuar su dominación, el capital debe mercantilizar estas actividades, coartar la capacidad de autonomía de las personas, lograr que se perciban como "amenazantes". Las estrategias actuales son más peligrosas que las que históricamente condujeron a la alienación de la fuerza de trabajo, están más encubiertas.
La angustia por la pérdida de todo sentido facilita la invasión de la vida privada por la propaganda y la publicidad.
Según Touraine, las polémicas más vivas tienen en la actualidad un fundamento moral... porque la dominación se ejerce sobre los cuerpos y las almas aún más que sobre el trabajo y la condición jurídica.
Se escuchan por doquier expresiones de protesta, de reivindicación de derechos ciudadanos; ansias de participación con una sociabilidad diferente, con la creación de espacios de recuperación de lo público. Emergen nuevos actores sociales, ¿una nueva cultura?, que podria significar, en tanto experiencias transformadoras, el germen de utopías liberadoras.
Para André Gorz, La evidencia ya no está fundada en la tradición y las certidumbres transmitidas como incontestables y legitimada por ellas. Está ahora fundada en la comprensión que tienen los actores-sujetos del sentido y de la realidad de lo que combaten y de aquello por lo cual luchan.
Pero, para ello es fundamental que la sociedad esté abierta a los cambios, que no sea totalitaria ni dictatorial, que promueva el debate público. Es mucho lo que está en juego, nada menos que la autonomía y la libertad.
Las urgencias, las necesidades de supervivencia crean nuevas formas de ayuda mutua, de intercambio no monetario, de cooperación.
¿Cómo instrumentar estas prácticas sin quedar atrapados en la lógica de los aparatos del poder?
Para perpetuar su dominación, el capital debe mercantilizar estas actividades, coartar la capacidad de autonomía de las personas, lograr que se perciban como "amenazantes". Las estrategias actuales son más peligrosas que las que históricamente condujeron a la alienación de la fuerza de trabajo, están más encubiertas.
La angustia por la pérdida de todo sentido facilita la invasión de la vida privada por la propaganda y la publicidad.
Según Touraine, las polémicas más vivas tienen en la actualidad un fundamento moral... porque la dominación se ejerce sobre los cuerpos y las almas aún más que sobre el trabajo y la condición jurídica.
Se escuchan por doquier expresiones de protesta, de reivindicación de derechos ciudadanos; ansias de participación con una sociabilidad diferente, con la creación de espacios de recuperación de lo público. Emergen nuevos actores sociales, ¿una nueva cultura?, que podria significar, en tanto experiencias transformadoras, el germen de utopías liberadoras.
Para André Gorz, La evidencia ya no está fundada en la tradición y las certidumbres transmitidas como incontestables y legitimada por ellas. Está ahora fundada en la comprensión que tienen los actores-sujetos del sentido y de la realidad de lo que combaten y de aquello por lo cual luchan.
Pero, para ello es fundamental que la sociedad esté abierta a los cambios, que no sea totalitaria ni dictatorial, que promueva el debate público. Es mucho lo que está en juego, nada menos que la autonomía y la libertad.