domingo, diciembre 21, 2008

Grupos sociales subalternos en la epoca final colonial

INTRODUCCIÓN

A fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, en Méjico y Perú además de las jurisdicciones políticas y las regiones coloniales habían otras divisiones: las clases, el color de la piel, los idiomas y la identidad étnica. Estas categorías se fundaban en la identidad social, no en el color de la piel y lo que unía a esta población eran sus creencias y actitudes comunes respecto del rey, el imperio y la religión.

En América todos los acontecimientos económicos estaban unidos a otros sociales y políticos. En el periodo de 1730-1830 se producen grandes acontecimientos de tipo social-étnico que intentan una transformación en el estado colonial hasta llegar al proceso de independencia. Para el caso de Méjico Taylor[1] habla de rebeliones e insurrecciones, a las que O`Phelan denomina revueltas[2]. En el Alto Perú (zona que hoy son Bolivia y Perú) se produce lo que Vilar califica de gran rebelión de Tupac Amaru[3], que en alguna medida define la tendencia de las diferentes grupos sociales subalternos y la importancia que tendrán en las futuras luchas por la independencia de las naciones americanas.

La invocación del pasado étnico parece ser una práctica constante del nacionalismo. Sin embargo, esto no quiere decir que se trate de un proceso mecánico y absolutamente condicional en la creación de naciones. El surgimiento de una comunidad cultural que aspira a ser políticamente independiente no es solamente una actividad basada en decretos y acuerdos sino también involucra su propio sentido de la memoria histórica como forma de legitimación de la nueva nación. El pasado étnico se percibe a través de mitos, símbolos y leyendas, mientras que el nacionalismo emerge como la primera expresión de conciencia y defensa cultural de dicho pasado étnico. El nacionalismo como movimiento cultural usa mitos y símbolos para proveer a la comunidad que busca autonomía política una identidad cultural propia. El uso de mitos impulsa a la acción colectiva y demuestra tener la capacidad para la movilización popular Explicar de manera comparativa el uso ideológico del pasado prehispánico en el nacionalismo incipiente de Méjico y Perú de finales del siglo XVIII frente a la disolución del poder colonial es importante para comprender los procesos independentistas. Los términos de esta comparación son que tanto Méjico como Perú tienen una experiencia histórica similar, pero la existencia del pasado prehispánico o étnico fue utilizada de diferente manera en la etapa anterior a la formulación de independencia. Las experiencias históricas compartidas son: memoria de un pasado imperial conquistado por la Corona española; experiencia colonial prolongada y formación de la sociedad de castas. A pesar de estos hechos en común, las dos nacientes naciones manifestaron diferentes usos de su historia. Méjico usó y reelaboró el pasado azteca, a pesar de la indianidad vigente, con el fin de romper política y culturalmente con España. Perú mostró Ambigüedad en el uso del pasado inca en tanto la indianidad fuese vigente y manifestó continuidad con España. Crear una comunidad con historia propia fue un rasgo sobresaliente del nacionalismo mexicano; mantener una vinculación con la tradición hispánica y temor a la comunidad inca fue una preocupación peruana. Ahora bien, ¿qué factores determinaron estas diferencias ideológicas entre Perú y Méjico en cuanto a sus nacionalismos incipientes y ante la disolución del orden colonial? En principio, resulta útil el planteamiento de la siguiente conjetura: a mayor presión indígena, menor interés criollo por la tradición étnica y prehispánica. Esta suposición aplicada de manera comparativa se puede explicar por medio de dos variables: la tensión étnico-racial de la sociedad de castas y la ocurrencia e intensidad de revueltas indígenas anteriores a la declaración de la independencia. La composición étnica y racial de Perú y Méjico a finales del siglo XVIII y principios del XIX mostraba similitudes. En ambas sociedades la población estaba compuesta por cuatro categorías raciales básicas.

Población

Perú

Méjico

Blancos (1)

140.890 (13%)

1.095.000 (23%)

Indios

648.615 (58%)

2.500.000 (52%)

Mestizos

244.313 (22%)

1.231.000 (25%)

Negros

81.389(7%)

6.100(0,13%)

Total

1.115.207 (100%)(a)

4.832.100 (100%)(b)

(1) Incluye a criollos y peninsulares a) Fuente: John Lynch, The Spanish American Revolutions 1808-1826, p. 380, nota 2 (b) Jacques Lataye, Quetzalcóatl y Guadalupe, p.49.

En términos generales, tanto en Méjico como en Perú el grupo blanco controlaba prioritariamente la economía, religión y política. Las castas y la mayoría de indios se encontraban en el último escalón de la sociedad. Eran tributarios y proveían la principal fuerza de trabajo para la economía colonial. Dentro de la categoría indígena existía una tradicional división mantenida por las autoridades coloniales: la llamada nobleza indígena, conocida en Perú como los curacas y en Méjico como los caciques. Este sector nativo era poseedor de tierras y jugaba un papel clave en la recolección de tributos y reclutamiento de fuerza de trabajo para las encomiendas, mitas y repartimientos.[4] También se distinguía de sus semejantes y coetáneos por su sistemática adoctrinación en la religión católica y las maneras hispanas. Perú estaba habitado por diversas razas sin cohesión entre sí, con un antagonismo latente hasta en la misma raza blanca, según fuese su procedencia europea o americana. Ésta región fue el centro y el nervio de la reacción realista, a punto de llegar casi a dominar la revolución sudamericana por algún tiempo y prolongar la lucha por espacio de 15 años. Por eso hacia el convergían los ejércitos americanos del sur y del norte en 1820.

La tensión étnico-racial entre las diversas categorías ocurría de forma diferente en las dos sociedades. En Perú se trata del típico antagonismo racial entre indios y blancos. En los Andes era más común la tendencia a que los indios aceptaran el peso de las formas de trabajo impuesto cuando éste era exigido por indios principales y curacas. La situación era diferente si el trabajo era requerido por un blanco o incluso un mestizo. Entonces había reacciones de repulsa y cierta violencia por parte del sector indígena. Por otra parte, en Méjico la fricción fundamental tenía lugar por la rivalidad entre la minoría de blancos peninsulares y blancos americanos. Esta rivalidad es patente a finales del siglo XVIII entre las primeras generaciones de blancos americanos (criollos) y la llegada de nuevos españoles emigrantes atraídos por el éxito de la economía colonial.

Si bien ambos sectores, criollos y peninsulares mantenían asociación racial, comunidad lingüística y participaban en la misma tradición hispana basada en la adhesión a la religión y pensamiento católicos, existía la obvia diferencia de su pertenencia geográfica, o sea, su lugar de nacimiento. Ésta característica ha pretendido explicar el hecho de que los criollos de Méjico tuvieran riquezas o acceso a la educación eclesiástica, pero no derechos para ocupar altos puestos dirigentes o administrativos. Además en Méjico la cantidad de nobles ricos llego a superar a la nobleza de España de ahí que la representación de Méjico en carácter de diputados convocados por la regencia fuera mayor, el 60% de los diputados hispanoamericanos era de Méjico.

Otros aspectos preocupaban a la minoría blanca del Perú, como lo fueron las frecuentes revueltas indígenas entre 1708 y 1783. Los blancos peruanos, fuesen criollos o peninsulares, eran conscientes o tenían la intuición de su condición minoritaria en un medio predominantemente no europeo. Intentos intelectuales enfocados a marcar alguna distinción al interior de este grupo racial y culturalmente homogéneo a la percepción de la mayoría de castas e indios era un riesgo que ponía en duda la sobrevivencia misma del grupo. La vulnerabilidad sobre la que se asentaba la sociedad de castas implicaba en ambos virreinatos invocar con cautela ideas políticas que no se confundieran con "guerras de castas" o significaran la recuperación del territorio usurpado, el exterminio de blancos o la restauración cultural y organizativa de la anterior sociedad autóctona.

En general, la independencia hispanoamericana tuvo que contender con dos enemigos y un aliado potencial: los ejércitos de España; la oposición, o la inercia de los criollos, y las embarazosas exigencias de las fuerzas populares. Las revoluciones hispanoamericanas se realizaron a escala continental, pero no fueron un movimiento concertado. Compartieron un común origen y un común objetivo, pero difirieron unas de otras por su organización militar y política. Así como en Méjico la religión fue un elemento que aglutinó a criollos, mestizos, e indígenas bajo el mando de la virgen de Guadalupe, en Perú fue el inca la figura a la que recurrieron criollos provincianos y caciques mestizos para tener el apoyo indígena.

El caso de Méjico era especial, y constituía un desafío más a la revolución americana. Dividido en sus objetivos, presa de sus conflictos internos, Méjico era propicio a una intervención exterior. Pero no podía recibirla .Estaba lejos de los grandes centros de la revolución del sur, más allá del alcance de los libertadores continentales, Méjico luchó solo y su lucha nació de sí mismo. La revolución mejicana se diferencia de la de Perú en dos aspectos vitales, empezó como una violenta protesta social desde abajo; y España tenía más que perder en Méjico que en cualquier otro lugar en América.

En cambio en Perú, en vísperas de la revolución, existía una población de algo más de un millón de habitantes. Los indios constituían el 58% del total y los mestizos el 22%. Estaban concentrados en la región andina, donde practicaban una agricultura de subsistencia y proporcionaban mano de obra para las minas, obrajes y haciendas. Los esclavos negros constituían alrededor del 4% de la población, y la gente de color, libre, alrededor del mismo porcentaje; pero en Lima y en los valles costeros, donde una agricultura comercial y una economía de plantación exigía una fuerza de trabajo más móvil, los negros y los pardos predominaban entre la población no española. Los blancos totalizaban menos del 13% del total y se les encontraba principalmente en la costa con una importante concentración también en el Cuzco. Pero la raza no era la única determinante de la situación social. Perú estaba también escindido por profundas divisiones sociales y económicas. Por supuesto, la clase dominante, formada tanto por españoles como por criollos, era inevitablemente blanca. En cambio, Méjico era una colonia pura. Los españoles dominaban a los criollos, estos utilizaban a los indios, y la metrópoli explotaba a los tres. En el Bajío, donde sobrevivía un numeroso grupo de rancheros que se veían apretujados en extensiones de tierra cada vez más reducidas, diversas clases de peones sufrían un serio descenso de su nivel de vida. Las consecuencias del monopolio de la tierra se agravaron debido al aumento de la población, que subió entre 1742 y 1793 de 3,3 millones a 5,5 millones. No había tierra para la nueva población, pues las haciendas de los criollos y de la iglesia invadían las pequeñas granjas para eliminar la competencia y buscar un abastecimiento de mano de obra dependiente. La expansión de las haciendas y el crecimiento de la población rural, produjeron una situación en la cual el campesinado no podía alimentarse independientemente de las grandes fincas. Los terratenientes tenían a los campesinos a su merced, tanto en su calidad de consumidores, como en la de trabajadores.

En Perú, los blancos peruanos fueron siempre conscientes de que los indios y los mestizos les superaban en número, eran como un volcán situado en medio de ellos. Entre 1708 y 1783, Perú experimentó un mínimo de 140 levantamientos, la mayoría de ellos de origen indio, protestas violentas contra diversas formas de servidumbre: exigencias excesivas de tributos, impuestos y diezmos; el reparto y la mita y el odiado corregidor, personificación de todos los abusos. La mayoría de estos movimientos no tuvieron nada de excepcionales, pero dos rebeliones hicieron que la colonia se estremeciera hasta sus cimientos, la de Tupac Amaru y la de Tupac Catari.

La diferencia entre las insurgencias de Perú y Méjico radica en los líderes. Mientras en Perú los lideres rebeldes fueron de extracción indígena en Méjico, las insurgencias fueron lideradas por miembros de la iglesia como Morelos y Miguel Hidalgo y Costilla, un cura hijo del administrador de una hacienda, un criollo frustrado como el resto de su clase, que conocía de cerca la degradación de las masas rurales, párroco de dolores en el Bajío. Era accesible e igualitario, y dominaba los dialectos indios, hizo de su parroquia un centro de discusión de los asuntos económicos y sociales contemporáneos, al que acudían tanto los indios y las castas, como los criollos. El Bajío era un complejo agrícola y minero relativamente próspero; autosuficiente; poseía una estructura social más flexible que en otras partes, una gran proporción de indios que iban de un lado a otro, distintos a los indios comuneros, y un gran porcentaje de negros libres y mulatos. Aunque nadie moría de hambre en el Bajío, había un complejo contraste entre la riqueza de los propietarios de minas y haciendas y la pobreza de la clase tributaria, una gente que era lo suficientemente móvil como para encontrar trabajo asalariado en minas y haciendas, pero cuyo progreso se veía permanentemente impedido por el degradante tributo. Los indios dependían del liderazgo criollo para las acciones políticas. (A diferencia de los Andes donde el liderazgo insurreccional siempre fue de origen indio) ¿Pero aceptaban los criollos a los indios? A finales de 1809, un movimiento conspirativo reunió a un cierto número de revolucionarios criollos: Ignacio Allende, Juan de Aldama, Miguel Domínguez, y otros miembros de las ilustradas familias criollas de rango medio. Los movía el odio a los peninsulares, querían deponer a las autoridades, expulsar a los españoles y establecer una junta de gobierno criollo. A mediados de 1810 la conspiración de Querétaro, como se la llamo, había reclutado al anteriormente citado Hidalgo, que pronto se convirtió en su líder. Como cura y reformador era indispensable a los conspiradores, pues tenía influencia entre los indios y las castas. Pero los indios, si bien era dudoso su respeto por un rey distante, desconfiaban de los criollos y peninsulares por igual, y no distinguían entre el dominio de unos y otros. Los revolucionarios necesitaban refuerzos inmediatos, y ante la indiferencia de otros criollos, los campesinos eran la única alternativa. El 16 de Septiembre, Hidalgo aprovechando que la muchedumbre acudía a su parroquia para la misa del domingo, lanzó el grito de dolores, en el cual probablemente no se habló de independencia, El grupo estaba compuesto principalmente de indios y castas, armados con arcos y flechas, lanzas y machetes. Después de la caída de Guanajuato, el 28 de Septiembre, recibió el apoyo de mineros y otros trabajadores urbanos, pero el movimiento nunca atrajo a más de un centenar de criollos de la milicia. Pronto el grito fue inequívoco, “independencia y libertad”.Los realistas concentraron sus defensas y tesoros en la Alhóndiga. Esto aumentó la sensación de un conflicto de clase y provocó un ataque de incontrolada violencia, la matanza fue total.

El movimiento de Hidalgo fue un movimiento de masas y luchó por una revolución profunda. Mantuvo la fidelidad de sus seguidores, ampliando constantemente el contenido social de su programa. Abolió el tributo indio, emblema de un pueblo oprimido. Abolió también la esclavitud bajo pena de muerte. En Méjico donde la esclavitud era una institución en declive, la abolición tenía implicaciones más sociales que económicas. Los terratenientes tenían formas más económicas y eficientes de trabajar la tierra, y preferían una fuerza de trabajo de peones vinculada, no por la esclavitud, sino mediante los arriendos y el endeudamiento. De este modo la prueba real de las intenciones de Hidalgo sería la reforma agraria. Este problema también lo enfrentó, ordenando la devolución de las tierras que en derecho pertenecían a las comunidades indias.

Sin embargo, Hidalgo, repudiado por los criollos, con 80.000 seguidores como horda indisciplinada y sin preparación tuvo que enfrentarse con profesionales que apoyaron a los grandes terratenientes y propietarios de minas de San Luis, Potosí y Zacatecas, que derrotaron a Hidalgo en el puente Calderón, quien huyó cada vez más al norte, siendo ejecutado el 21 de Marzo de 1811. Seis de los nueve hombres que formaban el tribunal acusatorio eran criollos. Era típico. Fueron los criollos realistas atemorizados por Hidalgo, quienes rescataron Méjico para España.

La dirección de la revolución social pasó a José María Morelos, otro cura rural cuya carrera lo acercó a los campesinos. Después del grito de dolores, turbado por la censura eclesiástica a Hidalgo, le buscó y quedó convencido por sus argumentos. Fue comisionado para reunir tropas en la costa sur y llevar la revolución a Acapulco con el grado de teniente. A partir de 1810 creó un pequeño ejército, bien equipado y altamente disciplinado poniendo la mayor parte de la costa bajo su control. Tomó Oaxaca en 1812. No perdonaba la insubordinación, y prefería usar las hordas indias como fuerza de apoyo.

Morelos, apelaba a ampliar fuerzas sociales con una combinación de nacionalismo mejicano y de reformas esenciales. Fue el más nacionalista de todos los primeros revolucionarios, creía en la independencia del país, no usaba al Rey Fernando como máscara y habló francamente de independencia. Según el, los odiados españoles eran enemigos de la humanidad, habían esclavizado a su población nativa, malgastado sus riquezas y recursos y su objetivo básico era que ningún español pudiera permanecer en el gobierno de Méjico. A los criollos les dirigía otro argumento, la soberanía cuando faltan los reyes solo reside en la nación, toda nación es libre y está autorizada para formar la clase de gobierno que le convenga y no ser esclava de otro. El nacionalismo de Morelos se inspiró en la lucha militar, en la guerra de guerrillas. Evocó el espíritu de un ejército nacional, en la marcha hacia Valladolid, dirigió el siguiente manifiesto a sus tropas: “Los gachupines en todos los tiempos se han empeñado en abatir a los americanos hasta tenernos por brutos, incapaces de constitución y hasta las aguas del bautismo y, por consiguiente, inútiles a la iglesia y al estado; pero yo veo lo contrario: sobresalientes a los eclesiásticos, jueces, letrados, artesanos, agricultores, y lo que es del caso, militares. En el tiempo de tres años y medio, he palpado y todos lo han visto, que los americanos son militares por naturaleza, y se puede asegurar, sin engaño, que por lo menos en el ejército de mi mando, cualquier soldado veterano puede suplir a cátedra de general”.

El nacionalismo de Morelos, tenía un profundo contenido religioso. En Méjico, la vírgen de Guadalupe era un símbolo tanto religioso como nacional, demostraba que Dios tenía una particular predilección por Méjico y confirmaba un sentido de la identidad nacional. (En contrapartida en el alto Perú el motor de reacción fue el Inca) .Morelos veía a la independencia casi como una guerra santa en defensa de la ortodoxia religiosa contra los irreligiosos Borbones y los idólatras franceses. En Méjico, afirmó al obispo de Puebla: “Somos más religiosos que los europeos”, y manifestaba combatir por “la religión y la patria”, y que aquella era “nuestra santa revolución”. Tenía una particular visión sobre la igualdad de razas. A mulatos, indios y otras castas, denominaba americanos. Fue el primer intento en Méjico de abolir la distinción de castas y hacer de la identidad nacional la única prueba de la situación social de un hombre en la sociedad. Decretó la abolición del tributo indio y de la esclavitud, promovió la igualdad social, que las tierras deben ser para los que las trabajan, la redistribución de las propiedades pertenecientes a los ricos. En cualquier caso era un plan de devastación militar, no un programa social a largo plazo. Estas protestas surgidas y elaboradas en el interior del sector indio buscaron alianzas con criollos[5] pero no lograron compatibilizar intereses y no hubo apoyo unificado, fueron repetidas manifestaciones de descontento hacia los procedimientos de la economía colonial y su minoría blanca. La ocurrencia de este rechazo fue creando el antecedente de identificar a la protesta india como una reacción permanente en contra del grupo hispano.

La expresión culminante de este descontento afloró en 1780 con la rebelión de José Gabriel Tupac Amaru (1740-1781). Hubo poderosas razones culturales que explican el apoyo al líder indígena. Esta revuelta se originó en la provincia de Tinta y logró extenderse por veinticuatro provincias, desde el Cuzco hasta las fronteras de Tucumán. El impacto se debía a la invocación de mitos incaicos. La causa india estaba interiormente dividida, al menos 20 caciques, motivados en parte por rivalidades personales y tribales, mantuvieron a sus pueblos leales a la corona, y por consiguiente recibieron recompensas y pensiones. El más distinguido de estos caciques fue Mateo Pumacahua, descendiente de los incas y caciques de Chincheros, un hombre importante y con propiedades, que no solo combatió contra Tupac Amaru, sino que participó en la salvaje represión posterior. Permaneció con su pueblo leal a España durante los primeros años de la revolución americana e incluso sirvió en las expediciones de castigo al Alto Perú. A petición del virrey Abascal en 1811, Pumacahua y sus seguidores saquearon a la rebelde La Paz, atacaron despiadadamente a los indios de Sicasica, Cochabamba y Oruro, sembrando la devastación por donde pasaba. Pumacahua fue recompensado con más títulos y cargos, fue ascendido al cargo de brigadier y luego nombrado, aunque de manera temporal, presidente de la audiencia de Cuzco. Pero Pumacahua y sus seguidores parecen haber buscado el reconocimiento por parte del gobierno colonial de su soberanía sobre los indios de Perú, o al menos de un cierto grado de ella, para lograr mediante la pacífica forma, las reformas que Tupac Amaru intentaba mediante la revolución. Pero no recibieron nada a cambio de su lealtad. Los criollos estaban comprometidos con la estructura económica existente, que se basaba en el trabajo indio en las minas, haciendas y obrajes. Vacilaban en ponerse a la cabeza de un movimiento indio que quizá no pudieran controlar. El fracaso de las aspiraciones indígenas fortaleció su posición en relación con los españoles, puesto que esto era beneficioso para las autoridades coloniales porque servía como cooperación de criollos y de mestizos para la defensa. Pumacahua había roto con el gobierno colonial, se sentía utilizado. Los corregidores habían sido sustituidos por intendentes, y los repartimientos reaparecieron pronto. En 1811, las Cortes de Cádiz absolvieron el tributo indio, y en 1812 suprimieron la mita. Estas medidas fueron desoídas, puesto que la clase dominante dependía del trabajo indio. En 1814, las condiciones indias, eran poco mejores que en 1780. Los criollos habían alcanzado un nuevo nivel de enajenación, las reformas liberales, hechas por los españoles, con promesas de una mayor participación en la toma de decisiones, dieron un empuje al cambio de forma de pensamiento criollo, quienes pedían la aplicación de las reformas liberales y la aplicación de la constitución de 1812 y se tornaron en rebeldes necesitados de apoyo militar de criollos y mestizos. Buscaron a Pumacahua, le ofrecieron el primer lugar en un triunvirato que gobernaba la ciudad, puesto que tenía un ascendiente definido con los indios y el líder militar criollo, José Angulo, envió tres expediciones , una a Puno y La Paz, otra hacia Huamanga y Huancavélica y una tercera hacia Arequipa. En La Paz hubo un baño de sangre, la guarnición española fue masacrada y los indios y plebe cometieron pillaje. Juan Ramírez, realista, recupera La Paz y Puno, Pumacahua dirige el asalto contra Arequipa, toma la ciudad el 10 de noviembre. Pero era ahora un hombre condenado, pidió a Ramírez negociar y fue rechazado. Perseguido y finalmente entregado a las fuerzas realistas por cholos, fue ejecutado en Sicuani en Mayo de 1815. Razones de peso que provocaron diversas reacciones en el interior de la sociedad colonial (la división de la nobleza indígena entre aquéllos que combatieron la rebelión a favor de la Corona, como fue el caso del curaca Mateo García Pumacahua) y que también explicaban el temor creciente de la minoría blanca hacia las insurrecciones de indios o a toda sospecha de reactivación de la memoria indígena.

José Gabriel Tupac Amaru buscaba con su rebelión dos objetivos: la defensa de las condiciones de trabajo del indio y el reconocimiento de los legítimos derechos (fueros y privilegios) de la antigua nobleza incaica. No hay duda de que este movimiento tenía límites definidos, es decir, tanto el contenido de las demandas como el carácter de la identificación cultural, los mitos y los símbolos invocados sólo podían aglutinar al sector indígena. A este movimiento se le ha atribuido una "visión unificadora" que logró unir a las distintas castas, así como a pocos criollos, es decir, crear una alianza "anti-española”. Sea como fuere, lo cierto es que este movimiento produjo el clímax del temor blanco a la presencia indígena. Ello se advierte en la forma en que las autoridades virreinales, después de aplacar la rebelión, intentaron una vez más erradicar el mito del Inkarrí y toda traza de descendencia de la familia Tupac Amaru.

Las insurgencias de Tupac Catari de la etnia aymará tuvieron enorme importancia, pues se trato de un movimiento radical revolucionario, no se trataba esta vez de compartir el frente con criollos mestizos o negros, sino de instaurar un gobierno indio en reemplazo de la corona española. Existieron 4 claros focos claros de la insurrección en los territorios que hoy son Bolivia y Perú a saber:

a) Nov/1780 Cerca del Cusco , líder Tupac Amaru , norte de Perú hasta Jujuy

b) oct/ 1780 Zona de Chayanta N. de Potosí líder Tomas Catari.

c) feb/1781 Oruro (coalición de indios y criollos

d) feb/ 1781 La Paz líder Julián Apaza (Tupac Catari)

Hacia la segunda mitad del siglo XVIII tuvieron lugar en el virreinato de la Nueva España diversas revueltas, motines y sublevaciones de indígenas. Pero ninguna de estas formas de descontento logró tener la trascendencia y explosividad que caracterizó a la rebelión de José Gabriel Tupac Amaru, ni siquiera la revuelta de 1761 encabezada por Jacinto Canek en Yucatán que al igual que en la sublevación de los Andes, la incitación del sentimiento indígena en contra de los blancos fue el móvil principal de esta revuelta que logró infundir alarma entre los habitantes blancos de la apartada península. Las autoridades virreinales pusieron fin a esta insurrección por medio de sus métodos tradicionales de organizar expediciones militares seguidas por la ejecución pública y sádica del líder Canek. A pesar de la carga mítica y simbólica implicada en la sublevación (la destrucción del imperio español y la creación de un reino señoreado por indígenas[6]), ésta no creó un mito unificado que lograra extenderse fuera de los límites de la región. De hecho, las sublevaciones de Méjico tuvieron, como en este caso, la tendencia a ser protestas de alcance local o, a lo sumo, regional. Las revueltas y sublevaciones indígenas en ambos virreinatos fueron, hechos frecuentes que dan cuenta del grado de tensión en la sociedad de castas. Sin embargo, las repercusiones de estas movilizaciones tuvieron alcances diferentes. En Perú, la conmoción creada entre el grupo blanco por la violencia de la revuelta indígena de 1780 sentó el antecedente de intentar aniquilar el pasado y destruir los mitos y genealogía nativas. Para los criollos peruanos, ver a un indio de la nobleza incaica en el trono no era idea irrealizable. Existía la sospecha de que un inca hiciera uso de su derecho a ser soberano de su territorio, según la tesis de Bartolomé de las Casas. Este temor criollo también se manifiesta en el hecho de que el apoyo criollo en las revueltas de los Andes fue inexistente. Dicha presión indígena fue clave en determinar la falta de visualización y necesidad de

independencia por la parte criolla. Los blancos del Perú se inclinaron a la aceptación de la monarquía española que garantizaba la permanencia de sus privilegios, lejos de apoyar rebeliones indígenas triunfantes que significasen la predominancia india o la pérdida de sus propiedades, que, para los indios, equivaldría a la recuperación de la tierra conquistada. En Méjico, en cambio, ninguna revuelta usó el pasado para legitimar sus demandas. Las revueltas fueron esporádicas, sin un mito unificado y, por lo general, sin coherencia. En este tipo de insubordinaciones nativas apenas si hace falta mencionar que la necesidad de buscar apoyo criollo fue desapercibida.[7] Sin embargo, en el caso mexicano es otro tipo de tensión étnica, es decir, la rivalidad entre el grupo hispano de América y los peninsulares, la que determinó la necesidad de separarse políticamente de España. La guerra de independencia empezó como una reacción de indios, castas y criollos en contra de España. Había condiciones propicias para esta alianza: los indios estaban políticamente controlados, no tenían mitos unificados, y los criollos buscaban un pasado original que legitimara su predominancia y derechos exclusivos sobre América y sus antiguos habitantes. En suma, el antecedente de las revueltas indígenas y su simbología, cuya intensidad fue diferente en ambos virreinatos, así como la tensión entre el grupo criollo y el hispano, contribuyeron a que existieran diferentes estrategias acerca de cómo lograr la independencia política y la necesidad de delimitar una cultura exclusiva para Méjico y Perú.

Conclusión:

Perú y Méjico no transitaron caminos iguales hacia la independencia. Varias razones contaron para ello. En principio, la revuelta temprana de Tupac Amaru y la difusión intercontinental de la obra de Garcilaso; mientras que Méjico tuvo a su favor la relativa pacificación de la población nativa, su riqueza simbólica y legendaria, así como el hecho de que el grupo que podría lograr cierta unificación rivalizaba con los intereses peninsulares. Semejante divergencia de hechos demuestra, sin embargo, la importancia de la percepción popular en momentos de acción colectiva. La manipulación de símbolos no puede hacerse de manera arbitraria. En la explosiva situación de los Andes, fueron los indios mismos los que hicieron uso de su propio pasado con el fin de legitimar sus protestas y reivindicar sus derechos ancestrales. La presencia indígena y su memoria resistieron, como en este caso, a ser objeto de las interpretaciones no indias. El nacionalismo mejicano mostró una manera diferente de usar el pasado y sus símbolos. En este caso, como se ha visto, la memoria indígena recuperada fue sometida a un proceso de dignificación de carácter intelectual y religioso con el fin de convertirse en historia aceptable, independiente y orgullosa. Pero esta memoria, al adquirir un tono "respetable", quedó excluida, por otro lado, de la participación de sus legítimos intérpretes indígenas, de tal manera que la historia quedó desde entonces, abierta a todo tipo de interpretaciones y especulaciones.



[1] Taylor,William, Homicidio y rebelión en Méjico colonial ,F:C:E Méjico 1988

[2] O`Phelan Godoy,Scarlett, Un siglo de rebeliones anticoloniales, Perú y Bolivia 1700-1783, Cusco, 1988

[3] Mc Farlane Anthony Reforma e insurrección en Nueva Granada y Perú.

[4] Lynch, John, The Spanish American Revolutions 1808-1826, 2nd. Edition, W.Norton and Co., NY., 1986, p. 159.

[5] No todos respaldaron a Tupac Amaru, algunos lo cuestionaban , una gran parte de los indígenas no solo no estuvieron sino que se opusieron a Condorcanqui, Pumacahua yChoquehuanca fueron dos curacas que pelearon contra el para acceder a favores del rey Choquehuanca llego a ser alto funcionario de la corona en merito a su colaboración

[6] Florescano, Enrique, Memoria mexicana, Joaquín Mortíz, Méjico, 1987, p. 216.

[7] La situación es diferente al ocurrir la primera manifestación de insurrección, conocida como "Grito de Dolores", iniciada por el padre Miguel Hidalgo en septiembre de 1810. Como se sabe, esta inicial expresión popular no logró atraer el apoyo de los criollos. Lynch, J.